El 21 de diciembre del 2017, Dobra Robota Editora presentó la primera edición en español de El arte de los ruidos de Luigi Russolo. Un texto rupturista, anticipatorio, que propone una poética sonora basada en el ruido, aplicando artefactos analógicos que generan sonidos de altura indefinida con alto nivel de control sobre sus parámetros.
Tuve el placer de participar en la preparación del texto, revisando la traducción y transcribiendo las partituras, así que me invitaron también al evento oficial. Estaba Gabriela De Mola, la editora, estaba el enorme Luciano Chessa, compositor italiano radicado en San Francisco y especialista en la reconstrucción de las máquinas sonoras de Russolo, estaba yo. Estaba también Felipe Sáez Riquelme, listo para leer poesía futurista, Leonello Zambón, Sebastián Rey y Leandro Barzabal, preparándose todos ellos para tocar al final del evento. Estábamos todos en el Centro de Arte Sonoro (CASo). Todos menos el libro.
Luciano Chessa vino para conversar con nosotros sobre los intonarumori, máquinas de ruido, ladrillo de la orquesta utópica, de la nueva poética. No queríamos desaprovechar su paso por Buenos Aires en diciembre. Que el libro no estuviera impreso todavía era un dato menor. Un libro sobre un futurista podía manejar el tiempo de otra forma.
Es típico de los futuristas, nos explica Luciano Chessa, escribir sus manifiestos en dos partes. Primero, un manifiesto destructivo atacando el arte establecido. Después, parados sobre las ruinas, erigían el manifiesto constructivo, el que responde a la gran pregunta del siglo pasado: qué hacer.
Siempre manejan esos dos tiempos.
El escenario del auditorio del CASo se oscurece. Sobre el fondo, en la pantalla blanca, se proyecta un diseño psicodélico sobre el que surge la cabeza de Russolo. Con voz robótica, nos invita en italiano a la presentación de su libro. Al estilo de las cabezas de Futurama, aparece reconstruida y recupera su voz. Como las máquinas de ruido de Luciano.
Francesco Balilla Pratella, cercano a Russolo, escribe sus dos manifiestos, pero lo que propone no es nada nuevo: música microtonal, dividir el continuum de notas en partes más chicas. Regla y trincheta sobre el piano. Lo de Russolo, dice Luciano, es otra cosa.
Es aprender a escuchar otra música.
En la pantalla se proyecta la portada del libro original, editado en Milán en 1916, y al lado la portada del libro futuro. Un sutil arco morado cruza sobre un fondo verde menta. Picos fantasmáticos se superponen, como perfiles de sonidos velados. L’arte dei rumori se convierte en El arte de los ruidos. En la traducción (qué pena que no haya más contracciones en español) algo mete ruido, hay más palabras. Qué pena que ruido en español no se diga rumor.
“Many of their concerts turned into riots”, nos dice Luciano. Muchos de sus conciertos terminaron en gresca. “Pero los futuristas siempre resultaban ilesos –aclara Gabriela–, eran muy buenos pegando”. En sus primeros conciertos, a Russolo no le fue bien. Incluso lo tildaron de fraude.
Pienso en las palabras de Nick Land al describir la música jungle, especie de futurismo callejero: “Como si un bucle del futuro estuviese cavando hacia atrás”.
Hoy, cuando toca con sus intonarumori reconstruidos, Luciano Chessa percibe una recepción fantástica de parte del auditorio. Ya no hay sorpresa por el uso de los ruidos. Casi sesenta años de música electrónica han preparado los oídos del mundo para ellos. La fascinación se produce por la realización analógica de esos ruidos tan profundos, tan mutantes.
Después de la charla, los músicos amigos del CASo nos hacen testigos de múltiples genéticas del sonido, que también, en la era digital, nos fascinan por la materialidad de sus orígenes.
Es como si sacaran jugo de las paredes.
“Defensor de la continuidad, esta constituye un concepto importantísimo de su sistema”, explica Luciano en el prólogo al libro futuro. “La continuidad era un término clave de la estética futurista y puede hallarse también en la obra de uno de los compañeros más cercanos a Russolo, el pintor y escultor futurista Umberto Boccioni. La física de Boccioni, que parte de Henri Bergson, entre otros, imagina el espacio como continuo y se esfuerza por crear un arte que muestre el movimiento sin la continuidad de ese éter, entendido este como una sustancia que forma parte tanto de los cuerpos como de los espacios entre los cuerpos”.
Bucle, al mismo tiempo, del pasado y del futuro, la continuidad analógica del ruido total de Russolo aparece como un antídoto en el mundo digital.
Esperando a Russolo. Una crónica discontinua
Nota para Revista Coma por Sebastián Pozzi Azzaro.
El 21 de diciembre del 2017, Dobra Robota Editora presentó la primera edición en español de El arte de los ruidos de Luigi Russolo. Un texto rupturista, anticipatorio, que propone una poética sonora basada en el ruido, aplicando artefactos analógicos que generan sonidos de altura indefinida con alto nivel de control sobre sus parámetros.
Tuve el placer de participar en la preparación del texto, revisando la traducción y transcribiendo las partituras, así que me invitaron también al evento oficial. Estaba Gabriela De Mola, la editora, estaba el enorme Luciano Chessa, compositor italiano radicado en San Francisco y especialista en la reconstrucción de las máquinas sonoras de Russolo, estaba yo. Estaba también Felipe Sáez Riquelme, listo para leer poesía futurista, Leonello Zambón, Sebastián Rey y Leandro Barzabal, preparándose todos ellos para tocar al final del evento. Estábamos todos en el Centro de Arte Sonoro (CASo). Todos menos el libro.
Luciano Chessa vino para conversar con nosotros sobre los intonarumori, máquinas de ruido, ladrillo de la orquesta utópica, de la nueva poética. No queríamos desaprovechar su paso por Buenos Aires en diciembre. Que el libro no estuviera impreso todavía era un dato menor. Un libro sobre un futurista podía manejar el tiempo de otra forma.
Es típico de los futuristas, nos explica Luciano Chessa, escribir sus manifiestos en dos partes. Primero, un manifiesto destructivo atacando el arte establecido. Después, parados sobre las ruinas, erigían el manifiesto constructivo, el que responde a la gran pregunta del siglo pasado: qué hacer.
Siempre manejan esos dos tiempos.
El escenario del auditorio del CASo se oscurece. Sobre el fondo, en la pantalla blanca, se proyecta un diseño psicodélico sobre el que surge la cabeza de Russolo. Con voz robótica, nos invita en italiano a la presentación de su libro. Al estilo de las cabezas de Futurama, aparece reconstruida y recupera su voz. Como las máquinas de ruido de Luciano.
Francesco Balilla Pratella, cercano a Russolo, escribe sus dos manifiestos, pero lo que propone no es nada nuevo: música microtonal, dividir el continuum de notas en partes más chicas. Regla y trincheta sobre el piano. Lo de Russolo, dice Luciano, es otra cosa.
Es aprender a escuchar otra música.
En la pantalla se proyecta la portada del libro original, editado en Milán en 1916, y al lado la portada del libro futuro. Un sutil arco morado cruza sobre un fondo verde menta. Picos fantasmáticos se superponen, como perfiles de sonidos velados. L’arte dei rumori se convierte en El arte de los ruidos. En la traducción (qué pena que no haya más contracciones en español) algo mete ruido, hay más palabras. Qué pena que ruido en español no se diga rumor.
“Many of their concerts turned into riots”, nos dice Luciano. Muchos de sus conciertos terminaron en gresca. “Pero los futuristas siempre resultaban ilesos –aclara Gabriela–, eran muy buenos pegando”. En sus primeros conciertos, a Russolo no le fue bien. Incluso lo tildaron de fraude.
Pienso en las palabras de Nick Land al describir la música jungle, especie de futurismo callejero: “Como si un bucle del futuro estuviese cavando hacia atrás”.
Hoy, cuando toca con sus intonarumori reconstruidos, Luciano Chessa percibe una recepción fantástica de parte del auditorio. Ya no hay sorpresa por el uso de los ruidos. Casi sesenta años de música electrónica han preparado los oídos del mundo para ellos. La fascinación se produce por la realización analógica de esos ruidos tan profundos, tan mutantes.
Después de la charla, los músicos amigos del CASo nos hacen testigos de múltiples genéticas del sonido, que también, en la era digital, nos fascinan por la materialidad de sus orígenes.
Es como si sacaran jugo de las paredes.
“Defensor de la continuidad, esta constituye un concepto importantísimo de su sistema”, explica Luciano en el prólogo al libro futuro. “La continuidad era un término clave de la estética futurista y puede hallarse también en la obra de uno de los compañeros más cercanos a Russolo, el pintor y escultor futurista Umberto Boccioni. La física de Boccioni, que parte de Henri Bergson, entre otros, imagina el espacio como continuo y se esfuerza por crear un arte que muestre el movimiento sin la continuidad de ese éter, entendido este como una sustancia que forma parte tanto de los cuerpos como de los espacios entre los cuerpos”.
Bucle, al mismo tiempo, del pasado y del futuro, la continuidad analógica del ruido total de Russolo aparece como un antídoto en el mundo digital.