Músico y editor del sello Sub Jam, Yan Jun (Lanzhou, 1973) es uno de los artistas sonoros más reconocidos de la escena experimental china. Originario de la región noroeste del país, Yan abrazó la música cuando descubrió los casetes dakou, cintas de rock occidental recicladas que circularon en los márgenes de la sociedad china a inicios de los 90. En su libro Generación Dakou. Reciclando el sonido (Dobra Robota), Yan mira por encima del hombro y reconstruye la experiencia de una generación que creció “masticando basura” y que se fortaleció al digerir “los desechos del mundo”.
Yan Jun tenía diecinueve años cuando, en octubre de 1992, el XIV Congreso del Partido Comunista Chino informó al mundo que China sería una economía de mercado socialista. El mitin fue la coronación de trece años de “reforma y apertura” que Deng Xiaoping lideró con el objetivo de evitar el estancamiento económico y acelerar el proceso de modernización. El mercado global apenas podía contener su ansiedad, y los flujos del capital intensificaron la exploración de oportunidades por puertos y planicies del gigante asiático.
La liberalización económica trajo consigo la apertura de ciertos consumos culturales. Yan recuerda que el gobierno chino celebró películas como True Lies, protagonizada por Arnold Schwarzenegger, y los éxitos de Michael Bolton o Roxette, pero el espacio para el rock –asociado por el aparato estatal a los pedidos de democratización de la década del 80– era reducido. La vía de acceso para este sonido, que en el Oeste iniciaba su inexorable ocaso, fue la defección del capital global.
Meses después del congreso del partido, China se transformó en un país receptor de toneladas de discos compactos y casetes, excedentes del mercado musical norteamericano que ingresaron como plástico para reciclaje. Su conversión definitiva en residuo era la destrucción parcial de aquellos soportes físicos. Este material con cortes y roturas recibió el nombre de dakou (roto) y la generación dakou fueron los adolescentes que reparaban, comercializaban y escuchaban estos casetes. Una generación que creció en orfandad, sin referentes musicales claros ni medios especializados, sin escena local ni cultura juvenil previa a la cual apelar con nostalgia. “Los casetes dakou durante mucho tiempo fueron la principal fuente de información sobre el rock en China y el alimento espiritual de muchos jóvenes”, rememora Yan en el libro.
La experiencia de escuchar materiales defectuosos, la adscripción a la cultura occidental a partir de los desechos del capital global, aún resuena en la obra de Yan Jun. El mismo proceso de modernización que posibilitó la generación dakou, y la fagocitó bajo el impulso de acumulación de riquezas, también permitió el desarrollo del arte sonoro chino. En su relato, las referencias a este proceso de culturización (la cultura pop, la improvisación, las vanguardias estéticas) balizan la lectura de su propuesta sonora. No obstante, en su música esta referencialidad se desvanece bajo una cortina de ruido. En sus propias palabras, el ruido –la construcción sonora a partir de grabaciones de campo, la experimentación sónica, pero también el puro ruido– es el “estado instintivo del leguaje, algunos lo utilizan para regresar a la verdad, otros para transformar en verdad el vacío ante sus ojos”.
–¿Qué fue la generación dakou?
–Dakou fue una generación que nació en los años 70 y descubrió la música occidental en los años 90 a través de la escucha de material reciclado. Este fenómeno significó contar con un acceso a más posibilidades (culturales) que sus hermanos mayores a la misma edad. Y, por supuesto, se enfrentaron a más conflictos entre estas posibilidades y la realidad. En última instancia, es la primera generación que quiso más en términos de vida cultural y existencia. Sin embargo, si mirás hacia atrás podés ver que aquello que tenían era muy limitado en comparación con las ilusiones del capitalismo todopoderoso de hoy.
–¿Cómo era el circuito de comercialización de las cintas dakou?
–Fue un fenómeno subterráneo. Solo un puñado de tiendas exhibían las cintas dakou en sus escaparates. La mayor parte de los intercambios se realizaban puertas adentro. Si la compra se efectuaba en la calle, por lo general, los álbumes se cubrían con una pequeña manta o un periódico. Todos los materiales dakou provenían del sur del país. Por ejemplo, la ciudad portuaria de Chaoyang, en Guangdong (Cantón), tenía muchos receptores de primera mano para los contenedores provenientes de Occidente. La mayor parte de la carga era destinada a desensamblar para reciclar el plástico, el metal, el papel, etc. Mientras que una pequeña parte se vendía a mayoristas. Si te gustaba la música, podías tomar el tren hasta Chaoyang, ir al almacén de un mayorista, y si le caías en gracia, te dejaba llevarte algunas cajas que luego podías revender en la plaza minorista de tu ciudad.
–¿Este material dañado, con marcas, que se importaba para ser reciclado, qué apertura del mundo supuso para usted?
–Este material cortado con sierra eléctrica, esa marca y cicatriz, supuso para mí una nueva estética del ser. En ese momento me enamoré de la imperfección, del ruido, del conflicto, el arte imprevisto y descontrolado. Se trató, y aún considero que se trata, de tragar y reflejar la basura del mundo. Nunca estudié música. Cuando comencé a practicarla, me gustaba la grabación de campo, la voz y el ruido, los sonidos que tienen una relación más directa con la realidad material. Sin metáfora, sin lenguaje ni medio para expresarse.
–En la Argentina de los años 60, la asimilación de la cultura de posguerra implicó la fusión del pop con ritmos folclóricos como el tango. Sin embargo, cuando escuchamos su obra asistimos a la disolución de la forma pop. ¿Qué cosmología se expresa en su música?
–Disfruto de la música tradicional y la ópera como disfruto de todo tipo de música occidental, pero esos sonidos no son míos. Soy de una cultura pobre, baja y rota en general. Mi raíz se perdió. No es mi tarea reconstruir la relación con el hogar perdido. Tengo mi hogar en la errancia. El tiempo, el ruido y el cuerpo son iguales para todos. No necesitas ninguna nota o palabra para sentir empatía con otras personas.
–¿Cómo entiende el ruido?
–En general, el ruido es algo antes y después del lenguaje. Siempre conlleva información al igual que el viento siempre transporta aire. El ruido no se entiende, es para tocar y sentir. Cuando hablamos de ruido usamos el lenguaje. Eso significa que antes de hablar debemos callar, escuchar y generar ruido. Como dijo alguna vez Wittgenstein: “de lo que no se puede hablar, de eso hay que callar”. Nuestro cuerpo es ruido.
–¿Qué se puede esperar del arte sonoro en el futuro?
–Es hora de detener el arte sonoro. Todos los artistas sonoros deberían ocupar el campo del “arte” o la “música” en lugar de esta pequeña zona segura diseñada para debilitarlos. Deberíamos hacer arte (con o sin sonido) en lugar de arte sonoro. Entiendo si mis amigos necesitan el término para aplicar a un financiamiento. Pero con esos fondos, por favor, destruyan la categoría.
La generación china que masticó basura
Entrevista a Yan Jun por Facundo Carmona.
Músico y editor del sello Sub Jam, Yan Jun (Lanzhou, 1973) es uno de los artistas sonoros más reconocidos de la escena experimental china. Originario de la región noroeste del país, Yan abrazó la música cuando descubrió los casetes dakou, cintas de rock occidental recicladas que circularon en los márgenes de la sociedad china a inicios de los 90. En su libro Generación Dakou. Reciclando el sonido (Dobra Robota), Yan mira por encima del hombro y reconstruye la experiencia de una generación que creció “masticando basura” y que se fortaleció al digerir “los desechos del mundo”.
Yan Jun tenía diecinueve años cuando, en octubre de 1992, el XIV Congreso del Partido Comunista Chino informó al mundo que China sería una economía de mercado socialista. El mitin fue la coronación de trece años de “reforma y apertura” que Deng Xiaoping lideró con el objetivo de evitar el estancamiento económico y acelerar el proceso de modernización. El mercado global apenas podía contener su ansiedad, y los flujos del capital intensificaron la exploración de oportunidades por puertos y planicies del gigante asiático.
La liberalización económica trajo consigo la apertura de ciertos consumos culturales. Yan recuerda que el gobierno chino celebró películas como True Lies, protagonizada por Arnold Schwarzenegger, y los éxitos de Michael Bolton o Roxette, pero el espacio para el rock –asociado por el aparato estatal a los pedidos de democratización de la década del 80– era reducido. La vía de acceso para este sonido, que en el Oeste iniciaba su inexorable ocaso, fue la defección del capital global.
Meses después del congreso del partido, China se transformó en un país receptor de toneladas de discos compactos y casetes, excedentes del mercado musical norteamericano que ingresaron como plástico para reciclaje. Su conversión definitiva en residuo era la destrucción parcial de aquellos soportes físicos. Este material con cortes y roturas recibió el nombre de dakou (roto) y la generación dakou fueron los adolescentes que reparaban, comercializaban y escuchaban estos casetes. Una generación que creció en orfandad, sin referentes musicales claros ni medios especializados, sin escena local ni cultura juvenil previa a la cual apelar con nostalgia. “Los casetes dakou durante mucho tiempo fueron la principal fuente de información sobre el rock en China y el alimento espiritual de muchos jóvenes”, rememora Yan en el libro.
La experiencia de escuchar materiales defectuosos, la adscripción a la cultura occidental a partir de los desechos del capital global, aún resuena en la obra de Yan Jun. El mismo proceso de modernización que posibilitó la generación dakou, y la fagocitó bajo el impulso de acumulación de riquezas, también permitió el desarrollo del arte sonoro chino. En su relato, las referencias a este proceso de culturización (la cultura pop, la improvisación, las vanguardias estéticas) balizan la lectura de su propuesta sonora. No obstante, en su música esta referencialidad se desvanece bajo una cortina de ruido. En sus propias palabras, el ruido –la construcción sonora a partir de grabaciones de campo, la experimentación sónica, pero también el puro ruido– es el “estado instintivo del leguaje, algunos lo utilizan para regresar a la verdad, otros para transformar en verdad el vacío ante sus ojos”.
–¿Qué fue la generación dakou?
–Dakou fue una generación que nació en los años 70 y descubrió la música occidental en los años 90 a través de la escucha de material reciclado. Este fenómeno significó contar con un acceso a más posibilidades (culturales) que sus hermanos mayores a la misma edad. Y, por supuesto, se enfrentaron a más conflictos entre estas posibilidades y la realidad. En última instancia, es la primera generación que quiso más en términos de vida cultural y existencia. Sin embargo, si mirás hacia atrás podés ver que aquello que tenían era muy limitado en comparación con las ilusiones del capitalismo todopoderoso de hoy.
–¿Cómo era el circuito de comercialización de las cintas dakou?
–Fue un fenómeno subterráneo. Solo un puñado de tiendas exhibían las cintas dakou en sus escaparates. La mayor parte de los intercambios se realizaban puertas adentro. Si la compra se efectuaba en la calle, por lo general, los álbumes se cubrían con una pequeña manta o un periódico. Todos los materiales dakou provenían del sur del país. Por ejemplo, la ciudad portuaria de Chaoyang, en Guangdong (Cantón), tenía muchos receptores de primera mano para los contenedores provenientes de Occidente. La mayor parte de la carga era destinada a desensamblar para reciclar el plástico, el metal, el papel, etc. Mientras que una pequeña parte se vendía a mayoristas. Si te gustaba la música, podías tomar el tren hasta Chaoyang, ir al almacén de un mayorista, y si le caías en gracia, te dejaba llevarte algunas cajas que luego podías revender en la plaza minorista de tu ciudad.
–¿Este material dañado, con marcas, que se importaba para ser reciclado, qué apertura del mundo supuso para usted?
–Este material cortado con sierra eléctrica, esa marca y cicatriz, supuso para mí una nueva estética del ser. En ese momento me enamoré de la imperfección, del ruido, del conflicto, el arte imprevisto y descontrolado. Se trató, y aún considero que se trata, de tragar y reflejar la basura del mundo. Nunca estudié música. Cuando comencé a practicarla, me gustaba la grabación de campo, la voz y el ruido, los sonidos que tienen una relación más directa con la realidad material. Sin metáfora, sin lenguaje ni medio para expresarse.
–En la Argentina de los años 60, la asimilación de la cultura de posguerra implicó la fusión del pop con ritmos folclóricos como el tango. Sin embargo, cuando escuchamos su obra asistimos a la disolución de la forma pop. ¿Qué cosmología se expresa en su música?
–Disfruto de la música tradicional y la ópera como disfruto de todo tipo de música occidental, pero esos sonidos no son míos. Soy de una cultura pobre, baja y rota en general. Mi raíz se perdió. No es mi tarea reconstruir la relación con el hogar perdido. Tengo mi hogar en la errancia. El tiempo, el ruido y el cuerpo son iguales para todos. No necesitas ninguna nota o palabra para sentir empatía con otras personas.
–¿Cómo entiende el ruido?
–En general, el ruido es algo antes y después del lenguaje. Siempre conlleva información al igual que el viento siempre transporta aire. El ruido no se entiende, es para tocar y sentir. Cuando hablamos de ruido usamos el lenguaje. Eso significa que antes de hablar debemos callar, escuchar y generar ruido. Como dijo alguna vez Wittgenstein: “de lo que no se puede hablar, de eso hay que callar”. Nuestro cuerpo es ruido.
–¿Qué se puede esperar del arte sonoro en el futuro?
–Es hora de detener el arte sonoro. Todos los artistas sonoros deberían ocupar el campo del “arte” o la “música” en lugar de esta pequeña zona segura diseñada para debilitarlos. Deberíamos hacer arte (con o sin sonido) en lugar de arte sonoro. Entiendo si mis amigos necesitan el término para aplicar a un financiamiento. Pero con esos fondos, por favor, destruyan la categoría.
Fuente: Revista Ñ, Clarín