En 1999, Radiohead era más un dilema que una banda. O varios dilemas. Thom Yorke odiaba escuchar su voz multiplicada por el éxito de OK Computer (y por sucedáneos descafeinados como Travis y Coldplay), estaba peleado con la melodía y el concepto de grupo de rock, y tanto él como sus compañeros se resistían a la imposición de la industria de replicar el suceso. Además, el fin de siglo traía bajo la manga discusiones sobre el poder de las marcas y la camaleonización del capitalismo, el estado del planeta y el curso directo hacia el colapso ambiental, pero también del lugar que las figuras surgidas del entretenimiento -al fin y al cabo, así se considera a la música en muchos estamentos- podían tener en la conversación global.
Fue entonces que Radiohead, tan trabajosamente que estuvo a punto de disolverse en el proceso, se reinventó a través de Kid A, un disco coproducido por Nigel Godrich en el que convivían las formas de generar arte del dadaísmo y la política nunca expresada de modo explícito, la infuencia de la electrónica de Aphex Twin y el libro No Logo de Noami Klein, la guerra en Kosovo (presente en el arte de tapa) con la identidad puesta en jaque (“Ese de ahí / ese no soy yo”, cantaba Yorke en “How to Dissapear Completely”), el cambio climático con instrumentos tan extraños para el rock como las ondas martenot. El álbum llegó a las bateas el 2 de octubre de 2000. Veinte años más tarde, muchas de las preguntas y cuestionamientos que planteaba Kid A siguen vigentes. O incluso se han tornado más urgentes.
La aparición en la Argentina de Radiohead – Kid A, un libro de la colección 33 1/3 que aquí editan Dobra Robota + Walden, llega casi una década después de su publicación original, pero el análisis del crítico estadounidense Marvin Lin -que abreva en lo académico tanto como en las apreciaciones personales- no sólo permanece actual en su mayor parte sino que invita a nuevas reflexiones en temas que ya no ocupan la agenda. Por ejemplo, hoy casi nadie habla de mp3, pero los servicios de streaming, que supuestamente democratizan el acceso a la música y la posibilidad de compartir las creaciones, han generado sus propios monstruos.
“En aquel momento, 33 1/3 ocasionalmente abría un proceso que permitía que la gente sugiriera ideas para libros”, recuerda Lin a través del mail. “Podíamos elegir el disco que quisiéramos y yo elegí Kid A por varias razones. A partir de eso, envié la propuesta y tuve la suerte de que me eligieran. En retrospectiva, estoy especialmente agradecido porque me permitieron apostar por el contenido real y no me forzaron a escribir de ningún modo en particular”.
“Kid A fue político y visceral a la vez, reflexivo y abstracto, sólido y contradictorio“, escribió Marvin Lin en la introducción del libro. “Fue considerado una innovación musical por sus fans y un pastiche híbrido por sus críticos. Fue activamente criticado y no fue consumido de un modo pasivo. Fue una aberración cultural asimilada que nunca dejaría de gruñir, una subversión del capitalismo que produciría eventualmente muchísimo capital. Fue el medio a través del cual el contstante blablablá de la industria musical crecería hasta casi sofocar las incesantes protestas y exploraciones estéticas del álbum. El disco, en resumen, fue muchas cosas distintas para muchas personas distintas. Para mí, Kid A fue un boleto hacia la trascendencia”.
-En varias partes del libro mencionás la dualidad a la que se enfrentan los artistas: ser importantes en su momento o trascender. ¿Creés que es posible hacer discos que puedan lograr ambas cosas del modo en el que se mueve la industria musical en el presente?
-En el libro ocasionalmente discuto estas cosas como si fueran binarias, o quizás opuestas, pero no creo eso. Ambas, para mí, dependen del ámbito a través del cual asumamos estas cosas sobre el arte, y creo que esta clase de cosas siempre corren en simultáneo, en congruencia una con la otra. La idea de trascendencia, al menos de la clase que describo en el libro, es un estado mental subjetivo que se inclina más hacia el descubrimiento personal y reconciliar sonidos con tu identidad, no algo inherente o especial en la música en sí. Así que, en ese sentido, definitivamente creo que es posible alcanzar ambas cosas, porque realmente depende del oyente, el crítico o quien quiera que se arme de esa supuesta “autoridad” como para hacer esa clase de juicios. Y en estos días, la música que me interesa más es mucho más fugaz que cualquier álbum diseñado para soportar el examen del tiempo. El libro, en algunos sentidos, fue una defensa de apoyar a tu instinto y sentirlo en tu corazón, no dejar que el costado intelectual de la música -que todavía vale la pena explorar, por supuesto- dicte completamente el modo en que la experimentás. A veces no saber por qué amás algo es increíble.
Lin, que fue editor de Pitchfork y hasta principios de año dirigió la webzine Tiny Mix Tapes, toma Kid A -que fue grabado en las mismas sesiones que Amnesiac, publicado al año siguiente- como punto de partida para abordar cuestiones como el tiempo y como es percibido por los seres humanos, el rol y la contradicción del artista en medio de la maquinaria capitalista, el modo en que funciona la industria y el lugar que ocupa la crítica musical, entre otros asuntos. “Aunque creo que Kid A ejemplificaba muchas de las ideas sobre las que escribí, no era algo único de ese álbum y es ciertamente intrascendente para situarlo en cualquier marco histórico”, asegura el escritor. “Siempre he estado fascinado con el concepto de tiempo y sabía que no iba a tomar la típica ruta periodística o biográfica. El libro salió en un momento en el que yo hacía una transición desde la sobreintelectualización de la música hacia una apreciación afectiva de la escucha de música, un enfoque basado en las sensaciones. Estaba mucho más interesado en escribir sobre cambio y adaptación en un momento en el que estábamos en la cúspide de modos dramáticamente nuevos de escucha. Es muy difícil creer que el libro haya sido escrito antes de que los servicios de streaming absorbieran a la industria musical”.
-En el libro criticás a los críticos -e incluso a vos mismo- por el modo en que encaraban su trabajo en esos tiempos. ¿Creés que eso mejoró o empeoró?
-Los críticos usualmente están poniéndose al día. Así es como funciona según mi visión. Están demasiado servilmente atados al lenguaje como para inculcar la dinámica y vibración de aquello con lo que trabajan los artistas, lo que a veces pone a unos y otros en lugares opuestos. Eso no quiere decir que piense que escribir sobre música sea un medio menor que la música. De hecho, ¡a veces leer la crítica de un disco me resulta más disfrutable que la música en cuestión! Pero sí pienso que muchos textos sobre música son realmente conservadores, arraigados en ideas de vieja escuela sobre lo que debe ser escribir sobre música y qué atributos supuestamente llevan a la “buena” música. Dicho esto, no estoy necesariamente intentando criticar a los periodistas musicales de un modo negativo. El punto era que la música seguirá adelante ya sea que el gusto de los escritores profesionales la siga o no. Si es mejor o peor hoy en día es realmente asunto de nuestras expectativas respecto de la escritura sobre música, que a mí me parece muy indecisa y en medio de un cambio constante en este momento.
-¿Cómo ves las ideas disruptivas que presentó Radiohead al alabar a Napster y el modo en que luego lanzó In Rainbows con downloads “a la gorra” desde un presente en el que el streaming fortaleció a la industria musical y a los músicos les pagan incluso menos que en los tiempos de los formatos físicos?
-Me parece triste, aunque no es inesperado. Mientras que la explotación en el contexto del streaming llevó un tiempo en formalizarse, las condiciones estaban allí y lo habían estado desde hacía mucho tiempo. Es algo intrínseco, por así decirlo. La música no significa trabajo en el mismo modo en que otros gremios, así que una de las preguntas que puso sobre el tapete In Rainbows -¿cómo reconciliamos nuestra valuación personal de la música con su valor monetario?- es una que se extiende más allá del terreno digital llega al corazón del capitalismo.
-Veinte años después de Kid A, las políticas de derecha dominan la mayor parte de Occidente y Donald Trump niega la existencia del cambio climático. ¿Hay un modo de creer que la discusión que incitó el disco podría tener un mejor resultado?
-Supongo que el único modo es enmarcarlo en términos optimistas. Pese a los horrores de nuestro dilema actual, que está agobiándonos constantemente, a veces mantengo una visión relativamente optimista de nuestras circunstancias políticas. Y eso que vivo apenas a unas cuadras de donde fue asesinado George Floyd… Creo que todas las eras políticas pueden ser vistas como transiciones, pero el momento actual se siente especialmente transitorio. Sólo puedo esperar que estemos en transición hacia algo mejor y menos explotador. A veces sí se siente realmente de ese modo si tomás una perspectiva lo suficientemente amplia: los progresistas estadounidenses han tenido una voz más escuchada en estos días que en los años recientes, y el incremento del acceso a la información, el cuestionamiento de las fuentes informativas y los estudios sobre los medios podrán con suerte ayudarnos a atravesar la incomprensible sobreabundancia de información que se nos tira encima cada día. ¡El modo en que mi hijo de 9 años deconstruye a los medios me genera esperanza! Pero lo que eso dice sobre nuestro futuro inmediato es otra historia. Los recursos son cada vez más escasos, la población está creciendo y el cambio climático pondrá una carga sobre todo. Las implicaciones políticas y estéticas de Kid A fueron síntomas de algo mucho más amplio que estaba sucediendo alrededor de todos nosotros.
Kid A: el disco con el que Radiohead reapareció completamente
Entrevista a Marvin Lin por Roque Casciero para Página/12.
En 1999, Radiohead era más un dilema que una banda. O varios dilemas. Thom Yorke odiaba escuchar su voz multiplicada por el éxito de OK Computer (y por sucedáneos descafeinados como Travis y Coldplay), estaba peleado con la melodía y el concepto de grupo de rock, y tanto él como sus compañeros se resistían a la imposición de la industria de replicar el suceso. Además, el fin de siglo traía bajo la manga discusiones sobre el poder de las marcas y la camaleonización del capitalismo, el estado del planeta y el curso directo hacia el colapso ambiental, pero también del lugar que las figuras surgidas del entretenimiento -al fin y al cabo, así se considera a la música en muchos estamentos- podían tener en la conversación global.
Fue entonces que Radiohead, tan trabajosamente que estuvo a punto de disolverse en el proceso, se reinventó a través de Kid A, un disco coproducido por Nigel Godrich en el que convivían las formas de generar arte del dadaísmo y la política nunca expresada de modo explícito, la infuencia de la electrónica de Aphex Twin y el libro No Logo de Noami Klein, la guerra en Kosovo (presente en el arte de tapa) con la identidad puesta en jaque (“Ese de ahí / ese no soy yo”, cantaba Yorke en “How to Dissapear Completely”), el cambio climático con instrumentos tan extraños para el rock como las ondas martenot. El álbum llegó a las bateas el 2 de octubre de 2000. Veinte años más tarde, muchas de las preguntas y cuestionamientos que planteaba Kid A siguen vigentes. O incluso se han tornado más urgentes.
La aparición en la Argentina de Radiohead – Kid A, un libro de la colección 33 1/3 que aquí editan Dobra Robota + Walden, llega casi una década después de su publicación original, pero el análisis del crítico estadounidense Marvin Lin -que abreva en lo académico tanto como en las apreciaciones personales- no sólo permanece actual en su mayor parte sino que invita a nuevas reflexiones en temas que ya no ocupan la agenda. Por ejemplo, hoy casi nadie habla de mp3, pero los servicios de streaming, que supuestamente democratizan el acceso a la música y la posibilidad de compartir las creaciones, han generado sus propios monstruos.
“En aquel momento, 33 1/3 ocasionalmente abría un proceso que permitía que la gente sugiriera ideas para libros”, recuerda Lin a través del mail. “Podíamos elegir el disco que quisiéramos y yo elegí Kid A por varias razones. A partir de eso, envié la propuesta y tuve la suerte de que me eligieran. En retrospectiva, estoy especialmente agradecido porque me permitieron apostar por el contenido real y no me forzaron a escribir de ningún modo en particular”.
“Kid A fue político y visceral a la vez, reflexivo y abstracto, sólido y contradictorio“, escribió Marvin Lin en la introducción del libro. “Fue considerado una innovación musical por sus fans y un pastiche híbrido por sus críticos. Fue activamente criticado y no fue consumido de un modo pasivo. Fue una aberración cultural asimilada que nunca dejaría de gruñir, una subversión del capitalismo que produciría eventualmente muchísimo capital. Fue el medio a través del cual el contstante blablablá de la industria musical crecería hasta casi sofocar las incesantes protestas y exploraciones estéticas del álbum. El disco, en resumen, fue muchas cosas distintas para muchas personas distintas. Para mí, Kid A fue un boleto hacia la trascendencia”.
-En varias partes del libro mencionás la dualidad a la que se enfrentan los artistas: ser importantes en su momento o trascender. ¿Creés que es posible hacer discos que puedan lograr ambas cosas del modo en el que se mueve la industria musical en el presente?
-En el libro ocasionalmente discuto estas cosas como si fueran binarias, o quizás opuestas, pero no creo eso. Ambas, para mí, dependen del ámbito a través del cual asumamos estas cosas sobre el arte, y creo que esta clase de cosas siempre corren en simultáneo, en congruencia una con la otra. La idea de trascendencia, al menos de la clase que describo en el libro, es un estado mental subjetivo que se inclina más hacia el descubrimiento personal y reconciliar sonidos con tu identidad, no algo inherente o especial en la música en sí. Así que, en ese sentido, definitivamente creo que es posible alcanzar ambas cosas, porque realmente depende del oyente, el crítico o quien quiera que se arme de esa supuesta “autoridad” como para hacer esa clase de juicios. Y en estos días, la música que me interesa más es mucho más fugaz que cualquier álbum diseñado para soportar el examen del tiempo. El libro, en algunos sentidos, fue una defensa de apoyar a tu instinto y sentirlo en tu corazón, no dejar que el costado intelectual de la música -que todavía vale la pena explorar, por supuesto- dicte completamente el modo en que la experimentás. A veces no saber por qué amás algo es increíble.
Lin, que fue editor de Pitchfork y hasta principios de año dirigió la webzine Tiny Mix Tapes, toma Kid A -que fue grabado en las mismas sesiones que Amnesiac, publicado al año siguiente- como punto de partida para abordar cuestiones como el tiempo y como es percibido por los seres humanos, el rol y la contradicción del artista en medio de la maquinaria capitalista, el modo en que funciona la industria y el lugar que ocupa la crítica musical, entre otros asuntos. “Aunque creo que Kid A ejemplificaba muchas de las ideas sobre las que escribí, no era algo único de ese álbum y es ciertamente intrascendente para situarlo en cualquier marco histórico”, asegura el escritor. “Siempre he estado fascinado con el concepto de tiempo y sabía que no iba a tomar la típica ruta periodística o biográfica. El libro salió en un momento en el que yo hacía una transición desde la sobreintelectualización de la música hacia una apreciación afectiva de la escucha de música, un enfoque basado en las sensaciones. Estaba mucho más interesado en escribir sobre cambio y adaptación en un momento en el que estábamos en la cúspide de modos dramáticamente nuevos de escucha. Es muy difícil creer que el libro haya sido escrito antes de que los servicios de streaming absorbieran a la industria musical”.
-En el libro criticás a los críticos -e incluso a vos mismo- por el modo en que encaraban su trabajo en esos tiempos. ¿Creés que eso mejoró o empeoró?
-Los críticos usualmente están poniéndose al día. Así es como funciona según mi visión. Están demasiado servilmente atados al lenguaje como para inculcar la dinámica y vibración de aquello con lo que trabajan los artistas, lo que a veces pone a unos y otros en lugares opuestos. Eso no quiere decir que piense que escribir sobre música sea un medio menor que la música. De hecho, ¡a veces leer la crítica de un disco me resulta más disfrutable que la música en cuestión! Pero sí pienso que muchos textos sobre música son realmente conservadores, arraigados en ideas de vieja escuela sobre lo que debe ser escribir sobre música y qué atributos supuestamente llevan a la “buena” música. Dicho esto, no estoy necesariamente intentando criticar a los periodistas musicales de un modo negativo. El punto era que la música seguirá adelante ya sea que el gusto de los escritores profesionales la siga o no. Si es mejor o peor hoy en día es realmente asunto de nuestras expectativas respecto de la escritura sobre música, que a mí me parece muy indecisa y en medio de un cambio constante en este momento.
-¿Cómo ves las ideas disruptivas que presentó Radiohead al alabar a Napster y el modo en que luego lanzó In Rainbows con downloads “a la gorra” desde un presente en el que el streaming fortaleció a la industria musical y a los músicos les pagan incluso menos que en los tiempos de los formatos físicos?
-Me parece triste, aunque no es inesperado. Mientras que la explotación en el contexto del streaming llevó un tiempo en formalizarse, las condiciones estaban allí y lo habían estado desde hacía mucho tiempo. Es algo intrínseco, por así decirlo. La música no significa trabajo en el mismo modo en que otros gremios, así que una de las preguntas que puso sobre el tapete In Rainbows -¿cómo reconciliamos nuestra valuación personal de la música con su valor monetario?- es una que se extiende más allá del terreno digital llega al corazón del capitalismo.
-Veinte años después de Kid A, las políticas de derecha dominan la mayor parte de Occidente y Donald Trump niega la existencia del cambio climático. ¿Hay un modo de creer que la discusión que incitó el disco podría tener un mejor resultado?
-Supongo que el único modo es enmarcarlo en términos optimistas. Pese a los horrores de nuestro dilema actual, que está agobiándonos constantemente, a veces mantengo una visión relativamente optimista de nuestras circunstancias políticas. Y eso que vivo apenas a unas cuadras de donde fue asesinado George Floyd… Creo que todas las eras políticas pueden ser vistas como transiciones, pero el momento actual se siente especialmente transitorio. Sólo puedo esperar que estemos en transición hacia algo mejor y menos explotador. A veces sí se siente realmente de ese modo si tomás una perspectiva lo suficientemente amplia: los progresistas estadounidenses han tenido una voz más escuchada en estos días que en los años recientes, y el incremento del acceso a la información, el cuestionamiento de las fuentes informativas y los estudios sobre los medios podrán con suerte ayudarnos a atravesar la incomprensible sobreabundancia de información que se nos tira encima cada día. ¡El modo en que mi hijo de 9 años deconstruye a los medios me genera esperanza! Pero lo que eso dice sobre nuestro futuro inmediato es otra historia. Los recursos son cada vez más escasos, la población está creciendo y el cambio climático pondrá una carga sobre todo. Las implicaciones políticas y estéticas de Kid A fueron síntomas de algo mucho más amplio que estaba sucediendo alrededor de todos nosotros.